jueves, 15 de diciembre de 2016

¡DEJA QUE NIEVE!

En un antiguo bosque mágico del que hoy sólo el viento sabe susurrar su nombre, se alza espléndido un palacio que ante los ojos humanos no es más que una montaña, pero sus torres, almenas, deslumbrantes salones y jardines son el hogar de la reina Qüilyra Lallare, soberana de aquel milenario bosque. La reina Lallare alguna vez había sido designada por todos los arcángeles como la protectora de todos los seres mágicos y de todas las criaturas inocentes, no importaba que tan grandes o tan diminutas fueran. Por ello su reino era bien conocido como un santuario entre elfos, duendecillos, unicornios, sirenas, luciérnagas, faunos, libélulas, aves, y por supuesto, hadas.

Qüilyra Lallare, era una reina trabajadora, amable y justa. Igual se le podía ver sentada en el trono, reunida con los espíritus elementales de la tierra, que codo a codo con los duendecillos sembrando y cosechando las parcelas que les darían sustento durante el invierno, o cantando arrullos para los botones de flores ... aunque también se le podía ver haciendo guardia junto a las brujas buenas en las torres para salvaguardar los límites del santuario y el bienestar de todos los seres que en él habían encontrado un hogar.


Entre los habitantes del bosque se encontraba una pequeña hada de nombre Änathiz, quien no sabía muy bien cuales eran sus dones, pues aún no llegaba a la edad adulta, por lo que sus poderes a veces eran muy débiles o demasiado fuertes e incontrolables, pero siempre cambiantes; un día podía hacer crecer los árboles y otro hacía llover a cántaros, o su voz hechizaba a la luna y los animales o simplemente no ocurría nada.
Sin embargo eso no desanimaba al hadita Änathiz, y se ofrecía a yudar a todos en lo que pudiera, en especial a la reina Qüilyra, por quien sentía una gran admiración.

Aquel invierno parecía haber llegado a la mitad del otoño, y todo mundo tuvo que redoblar esfuerzos para recoger la cosecha, pero era tan agradable estar todos resguardados en el inmenso palacio, al calor de las cien chimeneas, escogiendo los granos, moliendo el trigo  y la cebada, haciendo mermeladas, horneando pan, haciendo sopa de hongos, envasando miel, haciendo velas, mezclando inciensos y secando hojas de té, que todos se sentían bendecidos por tener un hogar acogedor y amigos a quienes podían llamar familia, que no importaban las largas horas de trabajo, y menos aún cuando la reina Qüilyra amenizaba el día contando historias y entonando bellas canciones en las que todos los demás hacían el coro.


Fue un día de diciembre, en el que el frío y los fuertes vientos azotaban con fuerza puertas y ventanas que se alcanzó a escuchar una nota musical proveniente de un arpa, era una sola nota, pero tan hermosa y llena de sentimiento que todos en el castillo guardaron silencio, todos excepto la reina Qüilyra, quien ordenó que abrieran el castillo de inmediato, así que dos faunos que hacían guardia liberaron los seguros del portal y entró un ángel envuelto en una capa blanca de alguna tela que brillaba como las estrellas, y le entregó a la reina un pergamino.


Änathiz de inmediato corrió a la cocina y le llevó al ángel un tazón de leche caliente con especias endulzado con miel, al tiempo que le hacía una reverencia, él ángel, conmovido por el dulce gesto del hada le sonrió y gustoso comenzó a beber mientras acariciaba dulcemente la frente de la pequeña Änathiz, en ese instante el hadita sintió como si la luz de todas las estrellas recorriera sus venas y sus pequeñas alas crecieron hasta igualar las de las águilas. -¡gracias! – decía el hada revoloteando por todo el castillo.


 -Qeridos míos – comenzó a decir la reina Qüilyra, hemos recibido magníficas noticias de tierras muy lejanas, los ángeles me han escrito para decirme que hoy ha nacido el niño Dios, nuestro redentor, nuestro Rey de reyes, hoy será un día de fiesta y agradecimiento por esta buena nueva, pero también quiero que todos hagan un regalo, uno que venga de lo más puro de sus almas y corazones, para que nuestro querido ángel se lo haga llegar a nuestro niño Rey.

Al escuchar aquella noticia, todas las criaturas del castillo sonrieron y se abrazaron, y corrieron a confeccionar sus regalos.
Las sirenas y duendecillos poseían piedras preciosas que pulieron y guardaron en delicados cofres finamente tallados por los faunos, las aves, luciérnagas y libélulas hicieron atrapa sueños mágicos que colgarían sobre la cuna del bebé, las brujitas buenas le dieron al ángel finas botellas con arco iris y los unicornios le susurraron al oído del ángel unas canciones tan bellas y antiguas que solo la luna sabía, el ángel prometió ir a cantárselas al bebé cada noche.
La reina le ofreció al bebé su bosque entero, su magia, su sabiduría y su espada, así todos reunieron hermosos obsequios ... todos menos Änathiz quien  se encontraba angustiada pues no tenía nada que ofrecer al niño Dios.
-          Su majestad –explicaba Änathiz– yo solo puedo ofrecer mi vida a nuestro Rey, pues no poseo nada más.
-          Tu servicio y tu don son más que suficiente pequeña Änathiz – dijo el ángel –
-          ¿Mi don mi señor? Me temo que no poseo uno, yo quisiera regalarle al niño Dios algo hermos y único ... pero no tengo nada.
-          Ven con nosotros pequeña –le pidieron la reina y el ángel– viajarás con nosotros a ver a nuestro Rey.

El ángel cubrió con su capa a la reina Qüilyra y a Änathiz y en un santiamén se encontraron en tierras lejanas, en humilde pesebre en el que una dulce mujer mecía en brazos a un bebé hermoso.
Änathiz no podía creer que en aquel lugar hubiera nacido el  niño dios, mas al verlo, sintió tanta ternura y amor por la criatura que no pudo resistir besarlo en la frente, luego se arrodilló y le ofreció al niño su servicio y su vida, pero el hadita estaba tan conmovida que se llevó las manos al rostro para cubrir sus lágrimas, y de repente éstas se convirtieron en un par de copos de nieve, eran hermosos y únicos e hicieron al bebé sonreír.

-          Este es  tu don Änathiz, tu puedes crear nieve, y los copos son diminutas obras de arte, con tu magia, desde ahora en adelante anunciarás al mundo que el invierno llega y con él, el dulce recordatorio de que nuestro Rey ha nacido.
-          ¡gracias! – exclamaba el hada– yo haré los más hermosos copos de nieve para que al verla repiquen las campanas del mundo anunciando que nuestro Rey ha nacido.
-          ¡deja que nieve Änathiz! –decía la reina– ¡deja que nieve y celebremos!


Desde aquel día cada diciembre los bellos copos hechos a mano por el hada del invierno nos avisan que ya viene, ya viene la fecha en la que recordamos el nacimiento del niño Dios. Y que para honrarlo tan solo debemos regalarle al mundo los dones que nos han sido concedidos.
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS ELIZABETH SEGOVIANO              copy right© 2016



 




sábado, 10 de diciembre de 2016

iSE HA ROTO LA ESTRELLA DE NAVIDAD!

En la víspera de Navidad
Un joven duendecillo salió a pasear.
Como era joven y travieso
Se puso a jugar y corretear.


Lanzaba grandes bolas de nieve al aire
Para verlas chocar y hacer “splash”
¡Pero una de las enormes bolas se fue a estrellar en el pino de Navidad!

Hubo un momento de silencio y luego se escuchó : un ¡”pim, pam, pum crash”!
Se había roto la bellísima estrella en la punta del árbol
¡Y justo en la víspera de Navidad!

En aquel momento salieron de sus casitas los demás duendecillos,
Los renos mágicos y el Señor y la Señora Claus que habían estado horneando panecillos.

¿Que ha pasado? –se preguntaban- ¿qué ha sucedido?
La Señora Claus se acercó al pino
y recogió con cuidado los trocitos de cristal fino.

¡Lo siento tanto! –decía el duendecillo– no era mi intención hacer daño
Soy travieso y no puse atención.
Ustedes saben que la estrella de cristal era mi admiración.

Regresa a casa pequeñín –decían los señores Claus– las ventiscas arrecian, parece que no tendrán fin.
Y hay que terminar de cargar el trineo, ve y busca las capas de los renos, no te olvides de la de saltarín.

El duendecillo obedeció, pero sabía que había causado tristeza y gran decepción.
Por ello corrió a su habitación a buscar algo de pintura y también cartón.
En el pesebre junto a los renos puso manos a la obra, y ayudado de un ratón
Dibujó una gran estrella que recortó y coloreó.


Luego él y su amigo ratón la subieron poco a poco al gran pino navideño.
La aseguraron a la punta con mucho esfuerzo y frunciendo el ceño.

Al ver todo su esfuerzo, las estrellas en el firmamento sintieron mucha ternura.
Así que ofrecieron su ayuda.
Dejaron caer sobre la estrella de cartón sus polvos estelares,
y también contribuyó la luna con sus rayitos de luz más tiernos y brillantes.


Cuando Santa Claus ya trepado en su trineo cargado se despedía
Notó que su pino otra estrella tenía.
Aquello le dibujó una enorme sonrisa.
¡Jo, jo, jo! –reía– ¡pequeño duendecito, que inteligente eres! ya lo sabía
que la estrella rota repondrías.
Feliz Navidad a todos! ¡Y feliz Navidad a las estrellas que desde el cielo nos observan y nos guían!
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS ELIZABETH SEGOVIANO ©COPYRIGHT 2016



viernes, 21 de octubre de 2016

LLUEVEN LAS PERSEIDAS



Esta noche llueven las Perseidas.
Algunos sacan cubetas y tinajas llenándolas de estrellas para cuando el otoño empiece a deshojar el universo.
Otros las recogen del suelo y las ponen a secar al Sol sobre grandes pañuelos y molerlas en el metate para salpicar con ellas la comida en los días de fiesta.
Esta noche llueven las Perseidas.
Los más valientes las atrapan con las manos y las ponen en cajitas de cristal para alumbrarse en las noches sin luna, esas noches tan, pero tan oscuras en las que huyen hasta las luciérnagas.
Otros más las dejan en bellas jaulas de hierro forjado, las atesoran como si fueran pájaros venidos del paraíso, pequeñas aves fénix que retozaban en campos de luz.
Esta noche llueven las Perseidas.
Llueven desde un cielo desconocido, y creo que estoy presenciando un milagro.
Me sumerjo en su fugaz destello, y atrapo una al vuelo, sólo una, y le prendo una pluma que me regaló un quetzal y un verso en el que dejé mi corazón.
Y uso mi estrella como brillante anzuelo para atrapar un sueño, uno de ésos enormes, que parecen ballenas de tan grandes que son.
Quiero llegar a otro cielo que no sea éste, ni el tuyo, ni el de otro.
Un cielo que sea mío, sólo mío y que desde él pueda desprender estrellas y hacerlas llover donde dicen que ningún sueño puede crecer.   


Elizabeth Segoviano© copyright 2016

jueves, 13 de octubre de 2016

IZÚ REGRESA A CASA




    Todo era diferente, la dulce voz del río, el fresco rocío que acariciaba su rostro, el olor de las frutas maduras a punto de caer de los árboles, la suavidad de las hojas de las altas palmeras, el viento veloz que peinaba sus alas, el cálido abrazo del sol, las voces de sus amigos las guacamayas y quetzales, de los jaguares y los monos, el constante mordisqueo de las orugas, los tiernos besos de las mariposas, el molesto zumbar de los mosquitos ... pero sobre todo las voces de sus hermanos y de su mamá ... todo era diferente, cada escenario y árbol habían sido drásticamente cambiados por altos edificios y el inmenso azul del cielo se había tornado gris, el mundo entero de Izú, un periquito tan verde como los platanitos verdes que le gustaba devorar, le había sido arrebatado así, sin más, una noche sin luna en que muchos pasos se escucharon en las profundidades de la jungla y unos brazos largos y fuertes le lanzaron una red áspera y dura que su piquito no pudo romper. Izú fue metido a empujones en una caja y lanzado a una destartalada camioneta.
Ya no había más ruidos de la jungla ni aire fresco, ahora todo olia a humo de autos, habia un calor seco y ya no podía escuchar la voz de su mamá.
Luego de largos días por fin alguien abrió la caja y lo metió a una jaula grande donde había más pajaritos, canarios, guacamayas, palomas, cotorritos australianos e incluso un enorme tucán.
-          ¿En dónde estoy? –decía temeroso Izú–
-          En una tienda de mascotas.
-          ¿Tienda ... mascotas? ¿cuándo me van a regresar a la jungla?
-          ¡Uy niño! –clamaba el tucán – ¡nunca!
-          ¿Nunca? ¡pero yo no pertenezco a este lugar! ¡esta no es mi casa!
-          No te asustes periquito ... ya te acostumbrarás ... ¿cómo te llamas?
-          Izú ¿y usted?
-          Balam ... yo también vivía en la jungla ... pero eso fue hace muchas lunas.
-          ¿Porqué nos han traído aquí Balam?
-          No le sé con exactitud amiguito, creo que porque a algunos humanos les gusta coleccionar aves para adornar sus casas.
-          Pero nosotros no somos adornos ... –Izú no acababa de decir lo que pensaba cuando de repente, el dueño de la tienda tomó a Balam, lo puso en otra jaula y se lo llevaron, y, en seguida regresó por nuestro pequeño amigo que fue nuevamente apretujado en una jaula aún más pequeña y se lo llevó una ancianita  de larguísimas trenzas que enrollaba sobre su cabeza.
Los ojitos de Izú no alcanzaban a vislumbrar nada verde, a lo largo de las enormes y ruidosas calles no había podido contar ni un sólo árbol, y el cielo estaba cubierto por enormes edificios de acero y cristal. Luego de un rato de caminar por aquí y por allá, de dar una vuelta y otra más, por callejones, andadores y avenidas, finalmente Izú y la viejecita llegaron a una casa modesta, pero linda, con un jardín repleto de macetas con girasoles y tulipanes, en cuyas paredes colgaban varias docenas de jaulas con todo tipo de pajaritos.
-          ¡Ya llegamos mis niños!-decía la viejecita- les traigo otro hermanito, éste es un periquito, traído de la jungla ... muy difícil de encontrar ... y muy caro también, pero valdrá la pena porque le enseñaré a hablar.
-          Hola-decían los demás pajaritos tratando de hacer sentir a Izú bienvenido, pero la jaulita de nuestro amigo no la dejaron en el jardín, no, la metieron dentro de la casa, detrás de una ventana muy estrecha cubierta con barrotes, ahí casi no le llegaba el sol ni el viento y entonces Izú comenzó a llorar desconsoladamente-.
Luego de unas horas la viejecita se alarmó porque el periquito no se calmaba, ella le ofreció semillas, algo de fruta fresca, pero nada lograba tranquilizarlo, Izú estaba asustado, agotado, no podía extender sus alas en aquel espacio tan reducido y sólo pensaba en su amada jungla y en que quería surcar aquellos cielos abiertos y claros una vez más al lado de su familia.
-          Ya no llores periquito-decía la viejecita-serás feliz conmigo, seremos amigos y me harás compañía ¿qué no vez que estoy solita? No tengo nadie con quien hablar y tú serás mi confidente, te pondré un nombre bonito, uno muy especial ... te llamaré ... ¡Kalizú! ...¿sabes que quiere decir Kalizú? Significa viento.
-          ¿Viento?-dijo tristemente Izú-
-          ¡Pero sabes hablar!-exclamaba sorprendida la anciana-
yo no quiero estar aquí señora, ni yo ni los demás pajaritos somos adornos o juguetes que se puedan coleccionar ... y yo me llamo Izú ... y Yo no quiero ser un viento domado que quede atrapado en el cielo gris de alguna enorme ciudad.
Ni quiero ser brisa tibia que arrulle el verde follaje de los campos al atardecer ¡no!
Yo quiero ser ráfaga valiente que congele las puntas de las montañas.
Quiero ser huracán en medio del desierto e ir al galope con leopardos y hienas y empujar a las manadas en la espesura de la jungla.
No quiero ser un viento domado encerrado tras una ventana ¡no!
Yo quiero bailar con las nubes hasta el amanecer y juntos crear tormentas y olas gigantescas que corran libres por la arena.
Quiero que cuando me vean todos digan “¡ahí viene la libertad!”
¡Qué lindo! ¡qué bonito debe ser poder recorrer el mundo a placer!
Yo no quiero ser un viento domado que olvide como volar, ni quiero quedarme quieto a ver pasar la eternidad ¡no!
Yo quiero ir a la par con las parvadas que huyen del invierno, quiero llevármelo a otro lado donde sea verano y volver loco al padre tiempo.
Yo no quiero ser un viento domado al que le corten las alas para mantener cautivo ¡no!... mi madre me llamó Izú, y quiere decir libertad ... y usted cree que porque pagó muchas monedas le pertenezco y puede apartarme de mi hogar y mi familia  y eso no es justo ... ¿si yo pudiera pagar muchas monedas podría ponerla en una jaula para adornar mi casa?
La viejecita se quedó muy pensativa, se sintió avergonzada y comenzó a llorar. Aquel animalito, aunque pequeño, tenía toda la razón, nadie puede adueñarse de la vida de nadie aunque sean hermosos y exóticos animalitos están todos nacidos para ser libres y vivir felices en su hábitat y ser protegidos por nosotros, para aprender de ellos y compartir la azul burbuja que llamamos hogar. Así que la anciana sacó la jaulita de Izú al jardín y le abrió la puerta y también a los demás, que de imediato salieron extendiendo por primera vez en mucho tiempo sus alas, buscando las nubes para abrirse el camino de regreso a casa, e Izú voló con todos ellos alto y más alto, rápido y más rápido, hasta que el cielo gris quedó atrás y se volvió azul y el verde cubrió el horizonte ... lejos y más lejos, entre gotas de lluvia y rayos de sol, entre luz de estrellas y la plateada luna llena hasta que escuchó la voz del río, y sintió de nuevo el dulce rocío empapar su rostro y la fragancia de los frutos maduros lo perfumó de pies a cabeza ... Izú había regresado ¡Izú estaba en casa!  




viernes, 3 de junio de 2016

ALEBRIJE

con cariño para Kiki
Se que no soy un ave … no realmente.
Sin embargo poseo alas, están hechas de cuentos y poemas, emplumadas con sueños que no son de este planeta.
Se que no soy una estrella … no realmente.
Pero cada partícula de mi ser proviene de las estrellas, todo en mí tiene el poder de crear luces y centellas donde no las hay.
Se que no soy un antiguo mago … no realmente.
Aunque la magia corre por mis venas, mis manos y mis palabras tienen todo el poder de esta tierra.
Se que no soy un dragón … no realmente.
Aún así mi corazón es imbatible, mi alma blindada como si tuviera míticas escamas para enfrentar cualquier destino.
Se que no soy un ave fénix … no realmente.
Pero poseo el poder de reinventarme cada día si eso necesito, como fénix renacer y emprender el vuelo por horizontes nuevos.
No soy ave ni estrella, no soy mago, ni dragón o fénix … realmente soy más.
Soy un ser mágico, casi mítico hecho de sueños, forjado al calor de las estrellas … ni ángel, ni súper héroe o caballero juramentado, simplemente un poquito de muchas cosas … un alebrije viviendo entre la tierra y las estrellas.

Autor: Elizabeth Segoviano copyright© 2016 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

martes, 24 de mayo de 2016

OTOÑO



Es otoño … todos se ponen de mal humor, hay que comprar abrigos y bufandas nuevas, impermeabilizar las azoteas, cuidarse de las gripes, cerrar ventanas, ya no poner a secar la ropa en el tendedero porque el ventarrón de otoño es un ladrón que jala parejo, igual se lleva las sábanas de lino que los calzones de algodón, los calcetines con agujeros  y hasta la cobijita del perro.
Todos andan con sus tazas de café de cafetería súper cara, esa de moda, donde te cobran un ojito de la cara por una taza de agua caliente con endulzante químico que primero era insecticida pero que vendido en sobrecitos bonitos dicen que no engorda.
Todos andan con sus abrigos negros y sus caras de ogros serios … todo porque ya es otoño.
Y yo  no entiendo por que andan todos molestos, me salgo al patio enredado en una bufanda de colores, suavecita, algo chueca, la que tejí con mi abuelita, y agarro bien mi jarrito de champurrado y me siento bajo el árbol a que me acaricien las hojitas de colores que regala el otoño, son como pajaritos recién nacidos aprendiendo a volar, son mariposas salidas de quien sabe donde, y quien sabe a donde van.
Se me pone roja la nariz como si le diera pena recibir besitos esquimales del viento travieso que ya me empuja y ya me jala, como si bailáramos un tango …
Yo no entiendo a los grandes, no quiero vestirme de negro y poner cara de ogro serio, ni beber menjurjes caros, o cerrarle en la cara la puerta al otoño.
Yo quiero que me salgan alas de colores y hacerme uno con el viento, arrancar la ropa de los tendederos, convertir el follaje en pajaritos y mariposas … irnos a quien sabe donde … donde no nos pongan caras y haya cielos abiertos sin  aviones ruidosos ni horribles rascacielos.
Autor: Elizabeth Segoviano ©copyright 2016 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS


sábado, 14 de mayo de 2016

LA GRAN IDEA


Autor: Elizabeth Segoviano
© Copyright TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS SEP-INDAUTOR registro público 03-2011-101711562800-14 

   A la sombra de un joven limonero se encontraba ejercitándose vigorosamente una lagartija, mientras un gran número de caracoles, grillos, catarinas y otros insectos discutían acaloradamente.
-          Yo digo que nos vayamos –decía un caracolito–
-          ¡Ay sí que buena idea! –replicó molesto un grillo– al paso que caminas tendrías suerte si llegas a la puerta antes de que acabe este siglo, y en el remoto caso de que lo lograras, te aplastarían al cruzar las calles ¿a poco crees que los humanos van a tenerte consideración y cederte el paso?
-          ¡Óyeme! ¿qué te pasa? –se quejó el caracol– tampoco es para que me grites y me insultes, al menos yo doy ideas, ¿tú qué? ¡nada más sales con problemas!
-          ¡Ay ya cállense! –gritó harta una catarina– el caso es que no podemos irnos porque no hay otro jardín en kilómetros a la redonda, ni siquiera un arbolito en el que podamos quedarnos ¡esto es todo lo que tenemos! Así que hay que encontrar una solu ...
-          ¡Cállate tú! –interrumpió iracundo el grillo– a mí nadie me dice que hacer!

    En aquel momento todos los insectos comenzaron a gritar, hecho que llamó la atención de la lagartija, así que se acercó diciendo : ¡bueno, bueno, ya está bien de tanto grito! ¿a qué se debe tanto relajo?
-          ¿Acaso no te has enterado? –dijeron sorprendidos todos–
-          ¡Obviamente no! –exclamó sarcástica la lagartija– así que déjense de rollos y vayan al grano maestros.
-          Lo que sucede –explicaba la catarina– es que los dueños de ésta casa se van a mudar, y el jardín se secará en pocas semanas porque ya nadie lo va a cuidar, y si todo se seca ya no va a haber comida, ni agua ... nos vamos a ... a ... ¡a morir!

    Entonces todos comenzaron a llorar desconsoladamente, incluso las plantas estaban bien tristes porque la primavera ya había comenzado y el calor era verdaderamente ardiente, y sin nadie que cuidara de ellas se secarían sin remedio.
-          ¡Uy uy uy! No se me agüiten maestros –decía la lagartija– porque me van a hacer llorar a mí también, miren, por lo pronto podemos cavar hoyos para ocultarnos ahí cuando haga mucho calor, y si las lombrices nos ayudan a hacer túneles para llegar a las raíces de las plantas, podremos morderlas y sacar algo de agua.
-          ¡Eso no nos parece en lo absoluto! –protestaron las plantas–
-          ¡Oh si todavía no acabo maestras! Es sólo en caso de emergencia; fíjense que conozco a un ratón que es bien cuate y nos puede ayudar a conseguir basura  de ésa que no se deshace con nada, y con ésa cosa podemos juntar el rocío que cae al amanecer.
-          ¡Nos parece bien! –exclamaron todos– y ¡dicho y hecho! Inmediatamente las lombrices y cochinillas comenzaron a excavar, y el ratón les llevó trocitos de plástico que las arañas acomodaron a manera de red para captar agua, al cabo de unas horas el trabajo estaba terminado y al día siguiente todos pudieron instalarse cómodamente en los agujeros para no acalorarse; pero los días fueron pasando y con ellos la intensidad del calor iba en aumento. Las plantitas poco a poco comenzaban a verse amarillentas y acartonadas, además, para colmo de males, las trampas para el rocío no funcionaban como lo habían esperado, todos tenían mucha sed, calor y estaban de muy mal humor; así que la catarina llamó a todos a una reunión urgente.
-          Ya que todos vivimos aquí, debemos decidir qué vamos a hacer, ya no podemos quedarnos, pronto todo estará bien seco ¡si tan sólo lloviera! ...
-          ¡Podríamos hacer una danza de la lluvia! –dijo entusiasmado el caracolito–
-          ¡Ay como crees! –gritaron al unísono todos los insectos– ¡como eres tonto! ¡mejor cállate!

    Así el caracol bajó sus antenas y comenzó a meterse en su caparazón, desde el cual sólo se dejaban oir unos sollozos.
-          ¡Oigan! –gritó la lagartija– ¡qué mala onda son maestros, me cae! El caracol sólo quería ayudar, no tenían porqué ser tan groseros, además él por lo menos aporta más ideas que todos ustedes, deberían ofrecerle disculpas.
Todos se miraron unos a otros avergonzados y rodearon el caparazón del caracol dándole disculpas.
La lagartija también se acercó a preguntarle qué necesitaban y cómo hacer la danza de la que hablaba. El caracol sacó bien despacio su cabeza y mirando tímidamente a su alrededor dijo : bueno, el otro día estaba paseando allá, cerca de la ventana, y los dueños de la casa veían la tele, en ella había unas personas con plumas en la cabeza tocando tambores mientras los demás saltaban, bailaban y gritaban; al cabo de un rato el cielo se llenaba de nubes y comenzaba a llover.
-          ¿Plumas y tambores eh? –decía pensativa la lagartija– ¡pues me parece una gran idea! Mira caracol, tú encárgate de enseñarle a todos como bailar y cantar, yo voy a ir con el ratón a conseguir lo que nos falta.
-          ¡Está bien!-gritaba el caracol muy contento-
-          Bueno pues –decía a regañadientes el grillo– ¿cómo tenemos que hacerle?
-          Primero hay que ponernos todos en círculo, y luego se comienza a marchar en sus lugares, después se levantan las patitas como si fueran a brincar y luego ...
-          A ver, a ver –dijo el grillo– no te entiendo ¿brinco o no?
-          ¡No! –decía impaciente el caracol– ¡sólo mueve las patitas!
-          ¡Pues enséñame cómo! –gritaba frustrado el grillo–
-          ¡¡¡Pues es que yo no tengo patitas!!!
-          ¡Cálmense, cálmense!-interrumpió la catarina-

Luego de un rato por fin todos se pusieron de acuerdo en los pasos y comenzaron a ensayar; cuando el ratón y la lagartija se acercaban al jardín escucharon ruidos extraños, como quejidos o algo parecido; el ratón miró a su amigo y le dijo : ¡creo que llegamos demasiado tarde! ¡ya se están muriendo!
-          ¡Ay no! ¡córrele, tal vez todavía podamos salvar a uno o dos! –cuando ambos amigos llegaron, no tuvieron más remedio que carcajearse, porque aquellos lastimeros gimoteos y gritos no eran otra cosa que la canción para la dichosa danza–.
-          ¡Ja ja ja ja! –se escuchaba–
-          ¡Oigan! –se quejó el caracol– no se rían, esto es serio!
-          ¡Ay amigo no te enojes! –decía la lagartija– no es nuestra intención burlarnos pero es que se ven ... bien ...¡CHISPA! ¡ja ja ja! ... ... hmmm ... pero aquí traemos lo que nos hacía falta.

Todos los bichitos, la lagartija y el ratón se pusieron en la cabeza sus penachos y con corcholatas y varitas hicieron sus tambores, incluso se pintaron los rostros a modo de parecer apaches; por fin la tan esperada hora llegó, todos se reunieron en círculo y comenzaron a sonar los tamborazos  y a cantar : “bum bum ... wuuu aaaah heya hey hey hey”... se escuchaba. Al cabo de unos minutos el caracol gritó : ¡Una nube, una nube!
-          ¿¡Dónde!? –gritaron los demás–
-          ¡Allá, allá! –gritaba con todas sus fuerzas el caracol–

    Muy arriba, en lo alto del cielo, rondaba curiosa una pequeña nube que lentamente se acercaba, así que siguieron bailando y cantando cada vez más fuerte, y con cada segundo la nube se hacía más grande, y –de repente– se dejaron escuchar unos estruendosos relámpagos que no eran otra cosa que las carcajadas de la nube que reía y reía al ver el gracioso espectáculo que ofrecían en aquel jardín, la nube continuó riendo hasta que comenzó a llorar de alegría, regalándoles así la lluvia que tanto necesitaban, y desde ése día, largas filas de nubes ansiosas por reír se amontonan cerca del jardín de la lagartija y sus amigos para verlos bailar.    



lunes, 25 de abril de 2016

BORREGUITO COMELÓN


                   Para tres borreguitas que inspiraron esta historia


Cuando el viento está aburrido se pone a hacer travesuras, tira la ropa de los tendederos, hace un lío las cabelleras, enreda bufandas, nos mete basuritas en los ojos, e insectos viscosos en la boca, tumba sombreros, persigue a los pajaritos pegándoles sustos como si fuera un fantasma, levanta polvaredas, arranca hojarasca, … ¡y a veces hasta levanta las faldas de las señoritas! Es todo un pillo el viento cuando está aburrido, pero a veces hace cosas bonitas, cosas que no molestan a nadie, a veces toma las nubes y se pone a dibujar fantásticas criaturas.
Pues así, algo aburrido estaba el viento cuando se puso a dibujar con un montoncito de cirros bien blancos y tiernos, un borreguito suave, pachoncito, rechonchito y simpaticón.
Lo que el viento no había notado, era que su gran amigo el mago del otoño, que al igual que él era un gran bromista, andaba rondando, espiando, chismoseando, escurriéndose por allá y acullá, y con un simple toque de su mágico pincel, le dio vida al borreguito pachoncito, rechonchito y simpaticón.
Cuando el borreguito despertó se sentía muy curioso y juguetón y se puso a darle topetones a las nubes y a balarle a las aves, le lanzaba mordisquitos al viento y también al mago del otoño que estaba partiéndose de la risa al ver que el borreguito pachoncito, rechonchito y simpaticón era aún más tremendo que el mismísimo viento.
Pero luego de varias horas de jugar, mordisquear, balar, topetear y corretear, el borreguito notó que en su barriguita había un gran hueco del cual salían gruñidos … ¡el borreguito tenía mucha hambre!  Y como un borreguito hecho de nubes no podía comer hierba, se puso a comer niebla, hasta que apareció la luna, entonces el borreguito se encaramó en la luna y se puso a darle tremendas lengüeteadas, como si fuera una paleta, y como le gustó el sabor fresco de la luna pensó el borreguito que las estrellas serían igual de sabrosas y se puso a engullir una estrella tras otra, hasta que empezaron a desaparecer lentamente las constelaciones.
Y el borreguito pachoncito, rechonchito y simpaticón ya estaba relamiéndose, viendo el festín que le esperaba cuando saboreara la vía láctea.
El mago del otoño y el viento, que habían observado estupefactos todo lo que había hecho su traviesa creación, se asustaron, se helaron, se alarmaron y se preocuparon.
Los dos amigos bromistas sabían que tenían que detener al borrego comelón así  que construyeron un corralito para que el animalito ya no siguiera engullendo estrellas y acto seguido tejieron una red de hojarasca de colores y ráfagas heladas.
Pues así se pasaron un buen rato el viento y el mago del otoño correteando al borreguito pachoncito, rechonchito y ya no tan simpaticón que a pesar de haber comido mucho era muy veloz.
Sin embargo tanto alboroto y rebambaramba había llamado la atención de Papá Dios, quien sin problema, ni dramas, ni teatros ni tonteras tomó en sus manos al borreguito comelón acariciándolo tiernamente y acunándolo en sus brazos como quien acuna un bebé, solo que el borreguito pachoncito, rechonchito y simpaticón no dejaba de rechupetear los dedos de Papá Dios, así que Dios se puso a rascarle la barriguita y el borreguito de a poquito se fue quedando tranquilito y se puso a roncar como un cerdito.
Con cada ronquidito salía de su hocico una estrella, así que al cabo de unos minutos las estrellas engullidas regresaron al firmamento sin rasguño alguno porque un borreguito hecho de nubes no podía destruir una estrella.
Sin embargo, como el borreguito de nubes si era muy lindo muy pachoncito, muy rechonchito y muy simpaticón, papá Dios decidió conservarlo para que corriera libre por entre las nubes, de hecho le gustó tanto que hizo más borreguitos que podemos ver allá en lo más alto del cielo cuando el mago del otoño se acerca con su amigo viento que viene frío, llegan los dos pastoreando los borreguitos pachoncitos, rechonchitos y simpaticones que adornan el cielo y hacen reír a papá Dios cuando los ve corriendo y dando topetones al viento y al mago del otoño.

Autor: Elizabeth Segoviano ©copyright 2016 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS