viernes, 21 de octubre de 2016

LLUEVEN LAS PERSEIDAS



Esta noche llueven las Perseidas.
Algunos sacan cubetas y tinajas llenándolas de estrellas para cuando el otoño empiece a deshojar el universo.
Otros las recogen del suelo y las ponen a secar al Sol sobre grandes pañuelos y molerlas en el metate para salpicar con ellas la comida en los días de fiesta.
Esta noche llueven las Perseidas.
Los más valientes las atrapan con las manos y las ponen en cajitas de cristal para alumbrarse en las noches sin luna, esas noches tan, pero tan oscuras en las que huyen hasta las luciérnagas.
Otros más las dejan en bellas jaulas de hierro forjado, las atesoran como si fueran pájaros venidos del paraíso, pequeñas aves fénix que retozaban en campos de luz.
Esta noche llueven las Perseidas.
Llueven desde un cielo desconocido, y creo que estoy presenciando un milagro.
Me sumerjo en su fugaz destello, y atrapo una al vuelo, sólo una, y le prendo una pluma que me regaló un quetzal y un verso en el que dejé mi corazón.
Y uso mi estrella como brillante anzuelo para atrapar un sueño, uno de ésos enormes, que parecen ballenas de tan grandes que son.
Quiero llegar a otro cielo que no sea éste, ni el tuyo, ni el de otro.
Un cielo que sea mío, sólo mío y que desde él pueda desprender estrellas y hacerlas llover donde dicen que ningún sueño puede crecer.   


Elizabeth Segoviano© copyright 2016

jueves, 13 de octubre de 2016

IZÚ REGRESA A CASA




    Todo era diferente, la dulce voz del río, el fresco rocío que acariciaba su rostro, el olor de las frutas maduras a punto de caer de los árboles, la suavidad de las hojas de las altas palmeras, el viento veloz que peinaba sus alas, el cálido abrazo del sol, las voces de sus amigos las guacamayas y quetzales, de los jaguares y los monos, el constante mordisqueo de las orugas, los tiernos besos de las mariposas, el molesto zumbar de los mosquitos ... pero sobre todo las voces de sus hermanos y de su mamá ... todo era diferente, cada escenario y árbol habían sido drásticamente cambiados por altos edificios y el inmenso azul del cielo se había tornado gris, el mundo entero de Izú, un periquito tan verde como los platanitos verdes que le gustaba devorar, le había sido arrebatado así, sin más, una noche sin luna en que muchos pasos se escucharon en las profundidades de la jungla y unos brazos largos y fuertes le lanzaron una red áspera y dura que su piquito no pudo romper. Izú fue metido a empujones en una caja y lanzado a una destartalada camioneta.
Ya no había más ruidos de la jungla ni aire fresco, ahora todo olia a humo de autos, habia un calor seco y ya no podía escuchar la voz de su mamá.
Luego de largos días por fin alguien abrió la caja y lo metió a una jaula grande donde había más pajaritos, canarios, guacamayas, palomas, cotorritos australianos e incluso un enorme tucán.
-          ¿En dónde estoy? –decía temeroso Izú–
-          En una tienda de mascotas.
-          ¿Tienda ... mascotas? ¿cuándo me van a regresar a la jungla?
-          ¡Uy niño! –clamaba el tucán – ¡nunca!
-          ¿Nunca? ¡pero yo no pertenezco a este lugar! ¡esta no es mi casa!
-          No te asustes periquito ... ya te acostumbrarás ... ¿cómo te llamas?
-          Izú ¿y usted?
-          Balam ... yo también vivía en la jungla ... pero eso fue hace muchas lunas.
-          ¿Porqué nos han traído aquí Balam?
-          No le sé con exactitud amiguito, creo que porque a algunos humanos les gusta coleccionar aves para adornar sus casas.
-          Pero nosotros no somos adornos ... –Izú no acababa de decir lo que pensaba cuando de repente, el dueño de la tienda tomó a Balam, lo puso en otra jaula y se lo llevaron, y, en seguida regresó por nuestro pequeño amigo que fue nuevamente apretujado en una jaula aún más pequeña y se lo llevó una ancianita  de larguísimas trenzas que enrollaba sobre su cabeza.
Los ojitos de Izú no alcanzaban a vislumbrar nada verde, a lo largo de las enormes y ruidosas calles no había podido contar ni un sólo árbol, y el cielo estaba cubierto por enormes edificios de acero y cristal. Luego de un rato de caminar por aquí y por allá, de dar una vuelta y otra más, por callejones, andadores y avenidas, finalmente Izú y la viejecita llegaron a una casa modesta, pero linda, con un jardín repleto de macetas con girasoles y tulipanes, en cuyas paredes colgaban varias docenas de jaulas con todo tipo de pajaritos.
-          ¡Ya llegamos mis niños!-decía la viejecita- les traigo otro hermanito, éste es un periquito, traído de la jungla ... muy difícil de encontrar ... y muy caro también, pero valdrá la pena porque le enseñaré a hablar.
-          Hola-decían los demás pajaritos tratando de hacer sentir a Izú bienvenido, pero la jaulita de nuestro amigo no la dejaron en el jardín, no, la metieron dentro de la casa, detrás de una ventana muy estrecha cubierta con barrotes, ahí casi no le llegaba el sol ni el viento y entonces Izú comenzó a llorar desconsoladamente-.
Luego de unas horas la viejecita se alarmó porque el periquito no se calmaba, ella le ofreció semillas, algo de fruta fresca, pero nada lograba tranquilizarlo, Izú estaba asustado, agotado, no podía extender sus alas en aquel espacio tan reducido y sólo pensaba en su amada jungla y en que quería surcar aquellos cielos abiertos y claros una vez más al lado de su familia.
-          Ya no llores periquito-decía la viejecita-serás feliz conmigo, seremos amigos y me harás compañía ¿qué no vez que estoy solita? No tengo nadie con quien hablar y tú serás mi confidente, te pondré un nombre bonito, uno muy especial ... te llamaré ... ¡Kalizú! ...¿sabes que quiere decir Kalizú? Significa viento.
-          ¿Viento?-dijo tristemente Izú-
-          ¡Pero sabes hablar!-exclamaba sorprendida la anciana-
yo no quiero estar aquí señora, ni yo ni los demás pajaritos somos adornos o juguetes que se puedan coleccionar ... y yo me llamo Izú ... y Yo no quiero ser un viento domado que quede atrapado en el cielo gris de alguna enorme ciudad.
Ni quiero ser brisa tibia que arrulle el verde follaje de los campos al atardecer ¡no!
Yo quiero ser ráfaga valiente que congele las puntas de las montañas.
Quiero ser huracán en medio del desierto e ir al galope con leopardos y hienas y empujar a las manadas en la espesura de la jungla.
No quiero ser un viento domado encerrado tras una ventana ¡no!
Yo quiero bailar con las nubes hasta el amanecer y juntos crear tormentas y olas gigantescas que corran libres por la arena.
Quiero que cuando me vean todos digan “¡ahí viene la libertad!”
¡Qué lindo! ¡qué bonito debe ser poder recorrer el mundo a placer!
Yo no quiero ser un viento domado que olvide como volar, ni quiero quedarme quieto a ver pasar la eternidad ¡no!
Yo quiero ir a la par con las parvadas que huyen del invierno, quiero llevármelo a otro lado donde sea verano y volver loco al padre tiempo.
Yo no quiero ser un viento domado al que le corten las alas para mantener cautivo ¡no!... mi madre me llamó Izú, y quiere decir libertad ... y usted cree que porque pagó muchas monedas le pertenezco y puede apartarme de mi hogar y mi familia  y eso no es justo ... ¿si yo pudiera pagar muchas monedas podría ponerla en una jaula para adornar mi casa?
La viejecita se quedó muy pensativa, se sintió avergonzada y comenzó a llorar. Aquel animalito, aunque pequeño, tenía toda la razón, nadie puede adueñarse de la vida de nadie aunque sean hermosos y exóticos animalitos están todos nacidos para ser libres y vivir felices en su hábitat y ser protegidos por nosotros, para aprender de ellos y compartir la azul burbuja que llamamos hogar. Así que la anciana sacó la jaulita de Izú al jardín y le abrió la puerta y también a los demás, que de imediato salieron extendiendo por primera vez en mucho tiempo sus alas, buscando las nubes para abrirse el camino de regreso a casa, e Izú voló con todos ellos alto y más alto, rápido y más rápido, hasta que el cielo gris quedó atrás y se volvió azul y el verde cubrió el horizonte ... lejos y más lejos, entre gotas de lluvia y rayos de sol, entre luz de estrellas y la plateada luna llena hasta que escuchó la voz del río, y sintió de nuevo el dulce rocío empapar su rostro y la fragancia de los frutos maduros lo perfumó de pies a cabeza ... Izú había regresado ¡Izú estaba en casa!